Orar por nuestros difuntos


Como viene siendo tradicional en el Recuerdo hacemos memoria de nuestros difuntos y cada año recordamos junto a la capilla a quienes nos han precedido en el signo de la fe, a nuestros difuntos.


Este año queremos destacar, en las últimas jornadas del Año de la Misericordia, la última de las obras de Misericordia espirituales que es ORAR POR LOS VIVOS Y POR  LOS DIFUNTOS” y de ahí que traigamos al cartel esa frase de San Agustín que aparece sobre la solidez de nuestra oración por los difuntos.

No perdamos de vista que cada vez que oramos acudimos a la FUENTE DE LA MISERCORDIA. Y al orar estamos llenando nuestro corazón de nombres como los de nuestros vecinos que aparecen en el cartel.

Orar por quienes nos han precedido, aunque no les haya conocido, me solidariza con ellos porque se hace realidad el misterio de la comunión de los santos, de esa interconexión o esa sintonía espiritual que nos envuelve en el corazón del Padre, de la Fuente de la Misericordia, a todos los que creemos.

Orar por los difuntos es un acto de fe porque poner a alguien que nos ha dejado bajo la mirada amorosa y providente de Dios es confesar nuestra fe en la Vida Eterna, en la Resurrección. Y esta fe es la que nutre esa interconexión de la Comunión de los Santos en Cristo. Orar por difuntos es confesar, como dice el Cantar, que “el amor es más fuerte que la muerte” (Ct. 8, 6)

Orar por los difuntos, incluso por aquellos difuntos que no conozco, es sin duda un acto de amor. Y es hacer real la Fraternidad de los Hijos de Dios que, más allá de caminar juntos en esta tierra, compartimos un destino y nos sabemos pueblo convocado al corazón de Dios.

Esta costumbre de orar por los difuntos nos hace sentir la confianza y la esperanza de que no estoy sólo y, en esa interconexión de la Comunión de los Santos, me hace confiar que tampoco haré sólo el paso de este mundo al Padre, ya que mi Comunidad estará unida a mí en la oración. También esta sana costumbre que tratamos de cuidar en nuestra parroquia nos ayuda a vivir este tránsito con la esperanza de que no lo hago solo.

Y es que quizás hoy más que nunca sea necesaria esta obra de misericordia, porque en el mundo de lo individual y propio, rezar por los demás nos abre el corazón. Y esto es más cierto cuanto mayor es la esperanza que mueve nuestra oración. Porque en el mundo de lo inmediato e intangible, rezar por lo menos evidente, rezar por la salvación de quienes ya dejaron esta vida, significa abrir nuestro corazón a lo más desconocido y confiar en el Amor. Porque una oración que hace memoria de las necesidades de los demás es una oración en la que confiamos a su Corazón los anhelos más íntimos del corazón de las personas. Y no hay anhelo mayor que el disfrutar, cuando llegue el día, del abrazo de nuestro Padre.
Pastoral SJ






No hay comentarios:

No nos hacemos responsables de los comentarios que se realicen.